El primer edificio
albergaba más de 80 alojamientos. El alquiler dependía
de si el piso tenía fuego o no.
Esta instalación
constituía un progreso evidente para los obreros del barrio
pero también se acompañaba de un control reforzado
sobre su manera de vivir: un inspector vigilaba el edificio y
sus habitantes y las rejas cerraban a las diez de la noche.
En contrapartida, un
médico visitaba gratis a todos los inquilinos.